jueves, 25 de febrero de 2016

Eres hijo de alguien, Jerzy Grotowski (tercera parte)



                La improvisación en grupo… Antes que nada, hay que ver las banalidades, los clichés que aparecen. Hay banalidades del trabajo sobre la improvisación, como hay banalidades del trabajo sobre las formas y las estructuras. He aquí algunos ejemplos de clichés de improvisación en grupo: hacerse “los salvajes”, imitar los trances, sobre-utilizar los brazos y las manos, formar cortejos, llevar a alguien en procesión, actuar un chivo emisario y sus perseguidores, consolar una víctima, actuar la simplicidad confundiéndola con un comportamiento irresponsable, presentar los propios clichés de comportamiento cotidiano, social, como un comportamiento natural (la así llamada “manera de conducirse en el bar”). Entonces, para llegar a la improvisación valiosa, debemos comenzar por la eliminación de todas esas banalidades y de muchas otras. Hay que evitar también golpear el piso con los pies, caer y arrastrarse por el suelo y hacerse el monstruo. ¡Bloqueen todas esas prácticas! Entonces quizá algo va a aparecer: aparecerá, por ejemplo, que el contacto no es posible si no somos capaces de rechazar el contacto. Este es el problema de la conexión y la desconexión.
                En las sociedades actuales, especialmente las occidentales, las personas se enmerdan a tal punto unas a otras que sueñan con una conexión positiva entre ellas. Pero en verdad no son capaces de tal conexión; sólo son capaces de imponerse unas a otras. Como cuando dos personas hacen una improvisación y una tercera se engancha hasta destruirlo todo. Es la reacción del bull-dog que, cuando muerde, no puede abrir más el hocico. He aquí vuestro contacto, vuestra conexión. Para buscar la conexión, hay que comenzar por la desconexión. Por lo tanto, no busco más el contacto contigo, busco más bien utilizar el espacio común de modo que cada uno pueda actuar separadamente sin perturbar al otro. Pero si debemos actuar sin perturbarnos y me pongo a cantar, y si tú también te pones a cantar, ello no debe conducir a una desarmonía. Si no debemos caer en una desarmonía, quiere decir que cuando yo canto debo escuchar y que debo, de manera sutil, armonizar mi melodía con tu melodía. Pero no solamente contigo, pues hay también un avión a reacción que pasa por encima de nuestro lugar de trabajo. Y tú, con tu canción, con tu melodía, no estás solo. El ruido del motor a reacción está allí. Si cantas como si no hubiese nada, ello quiere decir que no estás en armonía. Debes hallar un equilibrio sonoro con el avión a reacción y mantener pese a todo tu melodía.
                Ustedes comprenderán que, para hacer todo eso, hay que estar bien entrenado en el movimiento, el canto, el ritmo, etc. Esto quiere decir que para abordar la desconexión –sin acometer aún la conexión-, es ya necesaria una verdadera credibilidad profesional. Y muy frecuentemente las personas que practican la así llamada “improvisación” se zambullen en el diletantismo, en la irresponsabilidad. Para trabajar la improvisación es necesaria una sagrada competencia. No es la buena voluntad la que va a salvar el trabajo, sino la maestría. Evidentemente, cuando la maestría está, se formula la cuestión del corazón. El corazón sin maestría, es mierda. Cuando la maestría está, debemos hacer frente al corazón y al espíritu.

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